jueves, 28 de abril de 2011

Vivir de "modo pascual"

BENEDICTO XVI
Miércoles 27 de abril de 2011

La Octava de Pascua
Queridos hermanos y hermanas:
Colmados con la frescura y la alegría de las celebraciones litúrgicas de este tiempo, deseo referirme brevemente a la Pascua. Cristo resucitado de entre los muertos es el fundamento de nuestra fe, que se irradia en toda la liturgia de la Iglesia, dando contenido y significado a la existencia.

La resurrección de Jesús es la plenitud de la vida no sometida ya a la caducidad del tiempo, sino inmersa en la eternidad de Dios. Inicia una nueva condición del ser hombres, que ilumina y transforma el camino de cada día y abre un futuro diverso y nuevo para toda la  humanidad. La Pascua trae una vida de libertad animada por el amor, fuerza que derriba toda barrera y construye una nueva armonía en el propio corazón, en la relación con los demás y con las cosas. Queridos amigos, Cristo verdaderamente ha resucitado. La vida y la alegría que nos ha dado con su Pascua debemos darla a quienes están cerca. Tenemos como tarea y misión hacer resurgir la esperanza donde hay desesperanza, la alegría donde hay tristeza, la vida donde hay muerte. Hemos de vivir de “modo pascual” y hacer resonar el alegre anuncio que Cristo no es una idea o un recuerdo del pasado, sino una Persona que vive con nosotros, por nosotros y en nosotros, y con Él, por Él y en Él podemos hacer nuevas todas las cosas. 

miércoles, 27 de abril de 2011

PASCUA: Viviremos con Él para siempre.


Reproduzco a continuación la segunda lectura del Oficio de Lecturas de hoy:

De una Homilía pascual de un autor antiguo

(Sermón 35, 6-9: PL 17 [edición 1879], 696-697)
 

CRISTO AUTOR DE LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
 

El apóstol Pablo, recordando la dicha de la salvación restaurada, exclama: Del mismo modo que por Adán la muerte entró en el mundo, así también por Cristo ha sido restablecida la salvación en el mundo; y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.
Y aun añade: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, esto es, del hombre viejo, pecador, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del reconocido por Dios, del redimido, del restaurado. Esforcémonos, por tanto, en conservar la salvación que nos viene de Cristo, ya que el mismo Apóstol dice: Primero, Cristo, esto es, el autor de la resurrección y la vida; después, los de Cristo, esto es, los que, imitando el ejemplo de su vida íntegra, tendrán una esperanza cierta, basada en la resurrección del Señor, de la futura posesión de la misma gloria celestial que él posee, como dice el mismo Señor en el Evangelio: El que me sigue no perecerá, sino que pasará de la muerte a la vida.
Así, pues, la pasión del Salvador es la salvación de la vida humana. Para esto quiso morir por nosotros, para que nosotros, creyendo en él, viviéramos para siempre. Quiso hacerse como nosotros en el tiempo, para que nosotros, alcanzando la eternidad que él nos promete, viviéramos con él para siempre.
Éste, digo, es aquel don gratuito de los misterios celestiales, esto es lo que nos da la Pascua, esto significa la ansiada solemnidad anual, éste es el principio de la nueva creación.
Por esto los neófitos que la santa Iglesia ha dado a luz mediante el baño de vida hacen resonar los balidos de una conciencia inocente con sencillez de recién nacidos. Por esto unos castos padres y unas madres honestas alcanzan por la fe una nueva e innumerable progenie.
Por esto, bajo el árbol de la fe, brilla el resplandor de los cirios en la fuente bautismal inmaculada. Por esto los que han nacido a esta nueva vida son santificados con el don celestial y alimentados con el solemne misterio del sacramento espiritual.
Por esto la comunidad de los fieles, alimentada en el regazo maternal de la Iglesia, formando un solo pueblo, adora al Dios único en tres personas, cantando el salmo de la festividad por excelencia: Éste es el día en que actuó el Señor: sea él nuestra alegría y nuestro gozo.
¿De qué día se trata? De aquel que nos da el principio de vida, que es el origen y el autor de la luz, esto es, el mismo Señor Jesucristo, quien afirma de sí mismo: Yo soy el día; quien camina de día no tropieza, esto es, quien sigue a Cristo en todo llegará, siguiendo sus huellas, hasta el trono de la luz eterna; según aquello que él mismo pidió al Padre por nosotros, cuando vivía aún en su cuerpo mortal: Padre, quiero que todos los que han creído en mí estén conmigo allí donde yo esté; para que, así como tú estás en mí y yo en ti, estén ellos en nosotros.

martes, 26 de abril de 2011

Un relato Pascual

“LA LLAMA VIVA”
Mamerto Menapace
Había una vez un pueblo de luciérnagas. Habitaban la falda de un cerro, en medio de las espesura del bosque, con claros para sus juegos y matorrales para guarecerse durante los días de tormenta.
La población tenía dos variantes: una llevaba las luces cerca de sus ojos y las mantenía permanentemente encendidas. Eran las tacas, o tucos. La otra, en cambio tenía su luz en el vientre pudiendo encenderla o apagarla a su gusto. Esta variedad constituia la mayoría. Se los llamaba simplemente bichitos de luz. En las noches tibias de verano su resplandor podía verse desde lejos y su fosforescencia iluminaba todo el pueblo.
Muy lejos de allí, del otro lado del valle oscuro y misterioso, brillaba otra luz. Lejana, y sin embargo tremendamente presente, aquella luz parecía tener vida propia. No era de la misma calidad que la de los demás bichos.
Era una luz viva. Aunque permanecía siempre en el mismo lugar atraía poderosamente la mirada y hasta la curiosidad de nuestro pueblo de diminutas luminarias. Su existencia y el misterio de su brillo en las noches tenía intrigadas a todas las luciérnagas. Habían surgido varias teorías para explicar su existencia. Algunas se basaban en el miedo. Otras se burlaban de ella llegando hasta faltarle el respeto. Muchos la veneraban, víctimas de un extraño embrujo , se reverenciaban ante ella como se reverencia lo desconocido, pero misterioso y fascinante. En todo caso, nadie la podía negar. Salvo los miopes o los ocupadísimos. Aunque también estos en las noches oscuras previas a las tormentas se veían obligados a reconocer su existencia.
Alguna vez había que tomar una decisión.
Entonces se convino en convocar a una asamblea general. Allí se discutió, se aventuraron hipótesis nuevas tratando de conciliar posturas irreductibles. Pero nadie quedó satisfecho. Quizá lo único que quedaba en claro era que alguien tendría que arriesgarse y traer respuestas acerca de la luz.
Varios propusieron a varios. Finalmente se levantó la luciérnaga más inteligente. Ella iría a ver, y luego contaría la verdad. Sólo pedía que, para posibilitar su retorno, la noche del regreso todas tuvieran sus luces encendidas al máximo. Como era inteligente temía extraviarse en el tenebroso valle intermedio.
Y partió. Con la vista clavada en su objeto fue fácil orientarse. Atravesó la oscuridad, dándose cuenta de que cada vez ésta era menos densa a medida que se acercaba a la luz. Y llegó. El amplio ventanal de un castillo estaba abierto ante ella dando entrada al gran salón en cuyo centro ardía un enorme cirio. El resplandor era tan intenso que tuvo que cerrar los ojos para no quedar deslumbrada. Con gran precaución comenzó a volar en derredor de la llama a la máxima distancia posible, pegada a las paredes del lugar. Su asombro crecía a cada instante, Realmente aquella luz era maravillosa. No solamente brillaba, como lo hacían las luciérnagas, sino que alumbraba y deslumbraba. Su riqueza de luminosidad era tan grande que se derramaba sobre cada objeto y lo convertía en brillante. Todo parecía participar del regalo de esa llama y ella recibía sus formas y sus colores.
Con los ojos llenos de aquel espectáculo, retornó al pueblo. Al principio se orientó por la memoria, pero, poco a poco se le fue haciendo visible el resplandor de sus hermanas que alumbraban el regreso. A su llegada contó con lujo de detalles todo lo visto. Había quedado embelesada por aquella luz tan rica que se derramaba sobre todas las cosas y permitía verlas, distinguirlas, reconocerlas. Respondió a todas las preguntas que le hicieron y lo único que logró fue aumentar en su pueblo la fascinación y el ansia de conocer en profundidad la verdad de aquella luz. Porque ella sólo había visto. No había tocado, no había sentido, no podía decir nada, en verdad, sobre la luz misma. Sólo podía informar sobre sus efectos.
Se hacía necesario insistir. Y esta vez se ofreció la más corajuda.
Orientada como su amiga sobrevoló el valle tenebroso poniendo proa hacia el castillo. Entró por el ventanal y luego de imitar a su predecesora, hizo alarde de su coraje y comenzó a acercarse a la llama. Comenzó a sentir su calor. Constató que le comunicaba vida, fuerza, energía. Se sintió revitalizada y con nuevos bríos. Se le fue el frío que traía de su largo vuelo. Le pareció renacer. Y llena de alegría por su descubrimiento, se lanzó hacia la oscuridad de la noche rumbo a su pueblo que la esperaba ansioso.
Su llegada conmocionó a todos.. Su entusiasmo era tal que ella misma parecía hacer partícipes a sus compañeras de aquello que había logrado asimilar de la Llama Viva, fuente de calor y energía. Casi no necesitaba explicar lo sucedido. Se diría que ella misma irradiaba lo vivido. Y esto, en vez de calmar la ansiedad y la fascinación de las luciérnagas, terminó por plantearles con fuerza inusitada la pregunta:
-¿Quién es esa luz?
A esta pregunta la corajuda no podía responder. Ella podía hablar de los efectos sentidos, del calor y de la vida. Pero no tenía experiencia de la llama misma. A pesar de su coraje no se había animado a tocar. Temía entregarse a algo desconocido y que podría haberla consumido…
Pero la pregunta estaba planteada y había que responderla. ¿Quién se ofrecería?
En medio del silencio se sintió una voz chiquita y arrobadora. Era la de la soñadora.

- ¡Voy yo! -dijo sin dudar.
El asombro fue mayúsculo. Nadie la tomaba en serio en el pueblo de luciérnagas. Tenía una imaginación tan frondosa! y un lenguaje tan fantasioso, que cuando quería explicar algo nadie le entendía. ¡Vaya a saber qué explicación traería a su regreso!
Pero su deseo de volar era tan grande y su voluntad tan inquebrantable que partió, fascinada por la luz. Entró por el amplio ventanal con los ojos dilatados clavados en la Llama Viva. Y se dejó seducir. ..
Desde el lejano pueblo se vio un instantáneo, pequeñísimo estallido de luz. Y allá se quedó ardiendo, unida para siempre a la llama que no consume, asume.
Nunca regresó para llevar respuestas. Se quedó allá generando preguntas.
Desde entonces en el pueblo de luciérnagas se sabe que algo de ellas les manda mensajes de luz desde la Llama Viva.

Entre ellas sigue habiendo inteligentes y corajudas. Y seguramente seguirá habiendo soñadoras.

lunes, 25 de abril de 2011

PASCUA: El día de la Nueva Creación.

Os adjunto un enlace a la homilía del Papa Benedicto XVI durante la celebración de la Vigilia Pascual el pasado sábado.

Homilia del Papa Benedicto XVI en la Vigilia Pascual

domingo, 24 de abril de 2011

PASCUA FLORIDA


Pascua florida
Domingo de Resurrección
Carta semanal del Arzobispo de Oviedo  24.04.2011

Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Decimos de quienes se contrarían, que están malhumorados. Sí, que se les ha colado un mal humo en los adentros y les deja contrariados. Pero las cosas no tienen esas penurias ahumadas malamente, aunque la vida nos complique la andadura y nos haga fatigar y hasta afogarnos en las cuestas arriba, o nos precipite desbocados en las cuestas abajo. Hay un modo distinto de ver las cosas, que aunque éstas no cambien, son otras si las miramos asomados desde otros ojos.
A veces la vida huele a azahar y sabe como a tomillo, y la tierra te llena de frescor mañanero, tanto que parece recién bañada con matutino remojo. Y además, si se la sabe mirar, más aún, si se sabe amarla, ¡entonces qué fácil es descubrir su íntimo secreto que te llena de paz y alegría el alma!
La Pascua florida nos trae esa canción. No se trata de una poesía enajenante que nos saca del quicio y del huerto, que nos emboba distraídos para no afrontar las cosas como la vida requiere. Pero la Pascua florida tiene esa belleza siempre nueva, que se estrena en esperanza y que se brinda con sonrisas, no como si nada hubiese pasado o como si nada estuviese pasando, sino precisamente en medio de todo esto.
Hemos vuelto a guardar nuestros capisayos semanasanteros, y hemos regresado a nuestros habituales asuntos tras la tregua piadosa de los días más cristianos del año. Y no se trata de volver cansinos a la carga, al hoyo o al bollo de lo cotidiano con una mueca de derrota como quien debe reemprender lo propio con enfado.
La Pascua florida nos dice que hay algo que realmente vuelve a comenzar rompiendo el maleficio que nos hace rehenes tristes de una inercia difícil de cambiar. Los inviernos y sus inclemencias, esos fríos que congelan toda posible calidez, dejan paso inevitablemente a una primavera que de modo imparable nos explota fecunda la vida. Es lo que significa la palabra hebrea “pascua”, el paso, lo que acontece sin que nada ni nadie lo pueda detener. Dios pasa y pasea su vida habiendo vencido de mil modos la parada acorralante de la muerte. Esta es la Pascua que en este día vemos florecer, como se abre la flor en lo que fuera semilla, como se abre la flor en lo que luego será fruto también.
Nos llena de santa alegría esta esperanza cierta, una esperanza cumplida que una y otra vez se hace hueco en medio de nuestras cuitas, de nuestros desconciertos, de nuestros cansancios y nuestros miedos. Hay algo que se hace rebelde en nosotros por dentro, cuando una extraña y dulce fortaleza se resiste a que la vida se haga lenta, pesada, cansina y sin derrotero. Y esto es la exigencia de nuestro corazón que se hace demanda, se hace plegaria, se hace gracia en el encuentro. Sí, un encuentro entre mis preguntas más mías, y las respuestas del Señor que me las revela.
Pascua florida, regreso estrenador de la vida, donde nuestros sepulcros quedan vacíos y la muerte vencida. La luz se demostró más grande infinitamente que todas nuestras oscuridades juntas. La bondad se hizo hueco en medio de nuestras maldades. La gracia del Resucitado ha logrado hacer caducas a nuestras desgracias mortales. Y la vida misma, nos narra de tantos modos el regalo que Dios nos hace al abrazar nuestra realidad espesa y nuestra humanidad herida. Cristo ha vencido. Albricias es el canto. Nosotros los testigos y una alegría pascual nuestra seña y nuestro santo. Nos inunda a raudales la Santa Pascua florida. Felicidades.
Recibid mi afecto y mi bendición.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

sábado, 23 de abril de 2011

El grandioso Sábado santo

Reproduzco a continuación la segunda lectura del oficio de lecturas de hoy:

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso 
Sábado



¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", y a los que estaban adormilados: "Levantaos."

Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.

Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.

Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.

Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.

Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los
cielos.»

miércoles, 20 de abril de 2011

San Rafael Arnáiz

Os invito a ver este vídeo sobre la vida de San Rafael Arnáiz:
Espero que os haya gustado.

lunes, 18 de abril de 2011

LOS DEFECTOS DE JESÚS

LOS DEFECTOS DE JESÚS
  1. Jesús no tiene buena memoria.
  2. Jesús no sabe matemáticas.
  3. Jesús no sabe lógica.
  4. Jesús parece un aventurero.
  5. Jesús no sabe de economía y finanzas.
  6. Jesús es amigo de marginados y pecadores.
  7. Jesús es un comilón y un bebedor.
  8. Jesús parece loco.
  9. A Jesús le gustan los números pequeños.
  10. Jesús es un perdedor.
  11. Jesús es un profesor que ha revelado el tema del examen final.
  12. Jesús confía demasiado en los demás.
  13. Jesús es muy imprudente.
  14. Jesús es pobre.
Catorce "estaciones" que me llevan a la esperanza. ¡Jesús tiene estos defectos porque es Amor!
Card. F. X. Nguyen van Thuan

domingo, 17 de abril de 2011

Domingo de Ramos

Acabo de colgar de los balcones de nuestra casa las palmas. La mía y la de mi esposa. Desde el miércoles de ceniza en que quemamos las del año pasado los balcones han estado "desnudos" esperando la llegada del domingo de Ramos para volver a vestirse con las palmas.
Hace ya doce años que nos entregaron la palma por primera vez y, todavía hoy, me sigo emocionando cuando la recibo con un beso después de escuchar: "Antonio, recibe la palma de la victoria, que ella te lleve hasta la vida eterna".
"la palma de la victoria" La victoria es de Él y sólo suya. Él ha sido el que ha vencido y vence cada día en el difícil combate de la fe. Esto es lo que me emociona: saberme hijo amado por Él, descubrir cada día mi pequeñez, mi imposibilidad y cómo Él acontece triunfando sobre el pecado y la muerte.
La palma es también un signo visible, en primer lugar para mí, un signo que me recuerda a lo que estoy llamado: a dar testimonio de la Verdad en todo tiempo y lugar, no sólo de palabra, sino -sobre todo- con mi vida. A testimoniar que Dios es Amor, que ha enviado a su Hijo para dar la vida en rescate por todos, y que Dios lo ha resucitado y desde el Cielo intercede por todos nosotros preparándonos un lugar. Que está vivo. Que se ha quedado entre nosotros a través de los sacramentos. Que quiere hacerse uno conmigo para que yo me haga uno con los demás.
También es un signo para esta generación. Ojalá se poblaran nuestros balcones de palmas y ramos de olivo que manifiesten al mundo la victoria de Cristo y la presencia de cristianos dispuestos a dar la vida por Él.
Quizás sólo sea un signo, pero hoy he sentido alguna lágrima resbalando por mi mejilla cuando estrechaba mi palma entre las manos. He recordado a tantos cristianos perseguidos en estos días, a algunos mártires que siguen dando la vida por Cristo, a los seminaristas, sacerdotes, religiosos y religiosas que dejan todo y entregan su vida por Él. También me he acordado de tantas veces como he visto en este último año la victoria del Señor en mi vida, en mi familia, en mi parroquia, en mis hermanos en la fe...
También he recordado a algunos hermanos que hoy no han podido recoger su palma en la parroquia, pero que desde el cielo cantaban con todos nosotros: HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA. SANTO, SANTO, SANTO. Y me he sentido Iglesia, Iglesia viva y exultante batiendo ramos y palmas porque llega "el Rey de la Gloria".
Y he deseado que se cumpla lo que me decía el sacerdote: "que ella te lleve hasta la vida eterna". Por tanto repito ahora: AMEN.

miércoles, 13 de abril de 2011

El tren de las moscas

Os propongo un corto en el que podemos ver cómo el Espíritu Santo sigue derramando Gracias muy especiales en personas concretas. No quiero añadir nada más. Ved el vídeo hasta el final porque impresiona ver que la felicidad verdadera está en la donación, es decir, en dar un poco del amor que Dios nos da a los demás.
Espero que os guste.

martes, 12 de abril de 2011

¿Cuándo se convertirá el mundo?

Ante las últimas noticias de persecuciones a los cristianos en distintos lugares del mundo, incluso en nuestra querida España, me estaba planteando escribir algo en este blog pero me he encontrado con este interesantísimo artículo de María Vallejo Nájera que lo expone muy bien.
Os dejo el enlace:
¿Cuándo se convertirá el mundo?

domingo, 10 de abril de 2011

Raúl Berzosa: "Cristiano-obispo"

HOMILÍA DE MONS. RAÚL BERZOSA
Al Pueblo que peregrina en Ciudad Rodrigo

Queridos hermanos y hermanas, bienvenidos seáis todos: ¡Bendito sea Dios Padre que, en Cristo, por el Espíritu, nos ha enriquecido con toda clase de gracias y dones, sin mérito alguno de nuestra parte! No podían ser otras mis primeras palabras en esta Catedral. Para seguidamente añadir, con sinceridad: gracias, ante todo y sobre todo, a los fieles de Ciudad Rodrigo, por vuestra generosa acogida y por las muestras de afecto sincero y desbordante, recibidas durante estos meses, desde el día en el que os anunciaron mi nombramiento, y que de nuevo expresáis hoy y aquí con vuestra presencia.

Al recibir la invitación del Santo Padre Benedicto XVI a aceptar el ejercicio del ministerio episcopal en esta diócesis civitatense, una vez más escuché en mi interior el eco del comprometido mensaje del ya próximo beato Juan Pablo II, cuando en nuestra ordenación presbiteral, en Valencia, en el año 1982, manifestó: “sed sacerdotes de cuerpo entero y al servicio de la Iglesia universal; allí donde os necesite”. Con esta actitud he tratado de vivir hasta ahora y hoy me presento ante vosotros. Sí, deseo de corazón servir, en la verdad y en la caridad, a una Iglesia, pequeña en número de fieles, pero con gran tradición secular y pastoreada en las últimas décadas, con generosidad y acierto, por Don Antonio, Don Julián y Don Atilano. Gracias, especialmente, a D. Atilano por su buen hacer, por su amistad y por su acogida tan fraterna hacia mi persona desde el primer momento.

Pido a San Isidoro y a San Sebastián, nuestros patronos, que acierte a ser “obispo de todos, con todos y para todos”. Y, siempre, según el corazón, el modelo y las actitudes del Buen Pastor.

Un saludo agradecido y muy cordial, en Cristo, al querido Sr. Nuncio, Mons. Renzo Fratini, y a los señores arzobispos y obispos presentes; en especial a D. Carlos Osoro, anterior arzobispo de Oviedo, y a D. Jesús Sanz, actual arzobispo de Oviedo, que tan fraternalmente me acogieron. También a los hermanos obispos de la Provincia Eclesiástica de Oviedo; y a D. Ricardo Blázquez, Arzobispo de esta provincia eclesiástica de Valladolid, así como a los hermanos Obispos de la misma, con quienes renuevo ya, desde ahora, mi comunión episcopal, mi disponibilidad de colaboración y mi afecto sincero. Agradezco la cercanía y amistad de D. Carlos, obispo de Salamanca, con el que he venido trabajando más estrechamente estos años en la Junta Jurídica de la Conferencia Episcopal. Finalmente, permitidme un saludo episcopal al Sr. Arzobispo de Burgos, D. Francisco, y al de Palencia, Don Esteban a quienes me unen lazos de amistad y de vecindad. A los obispos de Portugal y de tierras extremeñas. Y a Don José Sánchez, que se quedará con nosotros como emérito, a quien admiro y con quien, ya siendo presbítero, tuve ocasión de colaborar en Medios de Comunicación Social.

Un saludo muy agradecido a mi familia: a mamá Carmina, a mi hermana -Madre Verónica-, a mis hermanos de sangre –Ramón, Fernando y Jesús-, a sus consortes e hijos, tíos y primos, y a mis amigos más cercanos a quienes debo lo mejor de mí mismo;

gracias a todos los que, como colaboradores, de cerca o de más lejos, el Señor de la Providencia os ha colocado tan cerca de mí durante tantos años. En estos momentos saludo especialmente a los llegados desde Asturias, Burgos y tierras palentinas, a los arandinos y cebolleros. ¡Gracias de corazón! ¡Dios os pague todo el bien que me hacéis!

Un saludo muy cercano al presbiterio de esta Diócesis, a los Vicarios de Castilla y de otros lugares, a los Vicarios de la Prelatura del Opus Dei en España, a los Diáconos y a los seminaristas mayores y menores, a los sacerdotes que trabajáis en otras diócesis españolas o estáis en las misiones: y a quienes la enfermedad os ha impedido vuestra presencia física hoy. Como hermanos sacerdotes, sois sin duda los más estrechos colaboradores del obispo. Espero mantener con vosotros, al menos, la misma relación que tuvisteis con mis predecesores, quienes en verdad me han dejado el listón muy alto. Gracias también a los presbíteros llegados de otras tierras.

Un saludo agradecido a todos los consagrados, de quienes valoro vuestra misión cotidiana en diversos y cualificados campos: desde la contemplación al compromiso caritativo, pasando por la enseñanza. Seguid siendo parábola de fraternidad, profecía de caridad y entrega sincera de amor a Jesucristo, a su Iglesia y a los más pobres.

Saludo extensivo a todas las asociaciones, hermandades, cofradías y movimientos laicales. ¡Cómo no recordar, también, a los DED de Ciudad Rodrigo, a los miembros de la Pastoral Juvenil y a tantos voluntarios que estáis preparando con mimo la participación en la Jornada Mundial de la Juventud! ¡Sois levadura y fermento de nueva evangelización!

Saludo a las familias, particularmente a las más afectadas por el paro y la crisis. ¡Seguiremos estando con vosotras de forma solidaria, cercana y comprometida!

Un recuerdo y una oración para los enfermos, mayores, impedidos y hospitalizados. ¡Estáis también aquí presentes!

Y también, cómo no, un reconocimiento a cuantos habéis preparado esta ceremonia: cabildo, colegio de consultores, curia, coral mirobrigense “Dámaso Ledesma”, y voluntarios.

Saludo a quienes estáis siguiendo esta celebración desde la radio o la televisión.
Y finalmente agradezco a las autoridades civiles, judiciales, militares y académicas, y del mundo de la comunicación social, vuestra presencia. Particularmente a D. Juan Vicente Herrera, Presidente de la Junta de Castilla y León, y a los alcaldes de Ciudad Rodrigo, Oviedo, Burgos, Aranda de Duero y Palenzuela. Seguiré trabajando con vosotros, desde la libertad religiosa y la laicidad positiva, en favor del bien común y del desarrollo integral de todos. La fe cristiana es una dimensión necesaria y sana para crecer y dar sentido y esperanza a las personas y a las comunidades.

Pido para todos que, incluso en esta hora de crisis global y profunda, podamos siempre discernir los nuevos signos de los tiempos y las nuevas oportunidades para anunciar a Jesucristo y su Buena Nueva con nuevo ardor, con nuevos lenguajes y con nuevas expresiones, en fidelidad a la Tradición viva de la Iglesia y con la Luz que el Espíritu sigue irradiando hoy. Os confieso mi decidido interés por el fomento de las vocaciones, por la defensa de la vida –desde su concepción hasta su muerte natural-; y por la formación cristiana en todas las edades, que conduzca a un compromiso coherente de vida.

He tenido ocasión de manifestar que esta Diócesis me es familiar y que, desde hace años, la he contemplado con simpatía y admiración. Primero, por mi condición de Secretario de “Iglesia en Castilla”, durante casi doce años, y por los encuentros mantenidos en ella, siempre de tan grato recuerdo. Y, segundo, por su memorial episcopal, del que destaco a Fray Alonso de Palenzuela (1460-1469), al arandino D. Bernardo Sandoval y Rojas (1586-1588), al también arandino D. Silverio Velasco (1924-1927), y al burgalés D. Demetrio Mansilla (1964-1988). Desearía, humildemente, no solo rendirles un merecido homenaje por los lazos comunes de ascendencia territorial, sino, sobre todo, seguir su ejemplo pastoral.
Elevo oraciones para que todos, laicos-consagrados-presbíteros, como una sola familia, acertemos a hacer realidad una Iglesia que es Misterio trinitario de comunión para la misión. Desde el Padre, Pueblo de Dios; desde el Hijo, Cuerpo de Cristo y, desde el Espíritu Santo, Templo Vivo de Dios. Traducida, como venimos subrayando en nuestra región, en hogar de comunión, escuela de aprendizaje mutuo, y creativo taller evangelizador.
Es la iglesia sinodal y evangelizadora tal y como supieron resumir los Santos Padres: “Nada sin el obispo; nada sin vuestro consejo; nada sin la voluntad decidida de ser y sentirnos todos la única Iglesia”.
Y San Ignacio de Antioquia, en su Carta a los Magnesios, nos recuerda: “Y así como el Señor nada hizo sin el Padre, siendo uno con Él, ni por sí mismo ni por los apóstoles: así vosotros nada hagáis sin el Obispo y los presbíteros”.
Sin duda, con estos profundos consejos, sabremos unir lo sectorial con lo territorial, potenciar la fraternidad sacerdotal y los equipos apostólicos, y desarrollar el trabajo parroquial cotidiano junto al de las Unidades Pastorales. Así contribuiremos todas las vocaciones, carismas, ministerios y movimientos a edificar la misma iglesia, esposa de Cristo, y a transparentar lo mejor y más preciado que hay en ella: la presencia viva y real, siempre joven, del mismo Jesucristo, nuestro Señor. Como lo ha expresado el Papa Benedicto XVI: “Quien se encuentra con Jesucristo no sólo no pierde nada, sino que gana todo”. Porque Él es la Verdad que ilumina nuestra mente, la Belleza que calma el corazón y la Bondad que hace buenas nuestras pobres obras.

Quisiera, además, rogar al Dueño de la mies que nos envíe nuevas y santas vocaciones, y que nos ayude a ensanchar como dos orillas: por un lado, y como venís trabando en el Objetivo Pastoral de este curso, la de ser buenos y generosos samaritanos, con los más necesitados; y, dentro de nuestra pobreza, continuar apostando por un compromiso real con quienes han olvidado su dignidad de Hijos de Dios y hasta, muchas veces, los motivos para vivir. Sin asustarnos por los siempre escasos recursos materiales y humanos de los que disponemos. Cáritas continuará siendo el órgano privilegiado para la articulación diocesana de la caridad, tanto asistencial como promocional.
Sin olvidar nuestro apoyo a Manos Unidas, vinculada tan estrechamente al ministerio apostólico, en su lucha contra el hambre de pan, contra el hambre de cultura y contra el hambre de Dios.

La segunda orilla es la del diálogo sincero con el arte y las nuevas tecnologías de comunicación y creatividad de hoy; en este sentido, deseo valorar expresamente lo que ya realizáis, como pioneros, en el campo religioso, audio-visual, cinematográfico y dramático y, a la vez, seguir ampliando nuevas y realistas iniciativas que en su momento tendremos ocasión de presentar y dialogar con los diversos Consejos Diocesanos. Ciudad Rodrigo, de tan bellos e históricos monumentos, no puede quedarse anclada solo en la nostalgia de un pasado.

En mi escudo episcopal, seguiré manteniendo las mismas palabras de San Ireneo: “Gloria Dei, homo vivens”. Sí; la gloria de Dios es que el hombre encuentre la Vida verdadera; y la felicidad del hombre es ver siempre a Dios. ¡Somos carne ungida por el Espíritu y nos espera, por adopción, lo mismo que aconteció en la naturaleza humana de Jesucristo! Esta es nuestra dignidad, nuestra vocación profunda y nuestra grandeza.

Nos lo ha recordado la primera lectura de este domingo quinto de Cuaresma, por boca del profeta Ezequiel: “Os infundiré mi Espíritu y viviréis; y os colocaré en vuestra tierra”. Y, también, hoy en la segunda lectura de la Carta a los Romanos se nos dice “que el Espíritu habita en nosotros. Y que quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Ese mismo Espíritu, que resucitó a Cristo de entre los muertos, vivifica nuestros cuerpos mortales”.

Y como Marta, en el Evangelio que acabamos de escuchar, decimos a Jesús: “Sí, Señor, nosotros creemos que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir para dar la Vida al mundo”. Por eso puedo gritar aquí y ahora: ¡Es tiempo de esperanza, de gracia, de seguir trabajando por lo que los últimos papas han llamado “la civilización del amor y de la vida”! Dicho de otro modo, volver a anunciar-servir-y celebrar el Evangelio de la Esperanza. Para hacer realidad una triple escuela: la de la santidad, la de la comunión y la de la evangelización.

El Espíritu suscitará hombres y mujeres nuevos para una Iglesia y una sociedad nuevas. También en esta tierra. ¡Sin miedos! ¡Testigos y comunidades llenas de Vida! ¡No es tiempo de palabras, sino de hechos!

Permitidme, para concluir, una oración, inspirada en algún escrito del sacerdote José Luis Martín Descalzo:
A la hora de mi llegada a Ciudad Rodrigo,
poned solo en mi nombre y apellido:
“Cristiano-obispo”.
Y nada más.
Porque jamás quiero ser otra cosa.
Ni mejor cosa.
Deseo que mis manos estén siempre libres
para consagrar, perdonar y bendecir.
Y que mis ojos permanezcan
bien abiertos, asombrados aún
de tanto amor como recibí sin merecerlo,
y de tanto amor recibido para repartirlo.
Perdonad cuando no sepa entregarme
como el pan de la Eucaristía.
Deseo ser para todos
vaso transparente y comunicante
de los dones y misterios de Dios.
¡Cuando fui otras cosas,
al final, me descubrí volviendo a ser
tan sólo existencia expropiada y
mendigo de Cristo!
¡Soy tan débil y quisiera llevar sobre
mis espaldas a tantas personas y familias necesitadas!
Porto carbones encendidos en mi boca
y no son mías las palabras.
Son palabras prestadas por el Espíritu Santo,
que caerán sembradas con suavidad en cada corazón
e iluminarán con Aquella Luz que sólo Dios enciende.
¡Cómo me envuelve el misterio!
Ahora sé bien que nada es sólo mío.
Que donde pongo pan o vino,
Palabra y sacramentos,
Alguien los convierte en su carne y sangre,
en su Vida y en su Palabra.
No soy sólo yo quien bendice
ni mi sola voz la que habla.
Espíritu Santo, que guías mis pasos
y que ahora me seguirás sosteniendo;
Espíritu Santo, que haces grande mi amor pequeño
y que alumbrarás mis pasos hasta el final,
déjame suplicarte:
“Continúa, río y fuerza de Dios Uni-Trino,
fecundando mis resecas orillas;
continúa sosteniendo mis tartamudeos
y mis dudas en la noche;
continúa floreciendo el pan entre mis dedos
hasta que un día duerman, por fin,
mis huesos en el seno Trinitario”.
Mientras, te lo ruego,
sigue hablando con mis pobres labios,
con mi voz a veces cansada,
con mi corazón desgastado,
y con mis brazos siempre abiertos.
Todo es tuyo; y, por ti y contigo,
de Cristo y de su Iglesia,
para el Padre de todos los dones
y para estas comunidades de hermanos
que Él, como Pastor, me va regalando.

“¡Ayudadme a ser buen pastor de todos! ¡Ayudadme a hacer presente el bello misterio de Jesucristo y de su Iglesia!”. Si alguna vez me encontráis más cansado o desanimado, pedid con mayor fuerza por mí y regaladme el don de vuestra vida cristiana coherente y entregada. En esta hora de tantas desafecciones para con la madre Iglesia, es oportuno recordar unas palabras de San Juan Crisóstomo: “¡No te separes de la Iglesia! Ningún poder tiene su fuerza. Tu esperanza es la Iglesia. Tu salvación es la Iglesia. Tu refugio es la Iglesia. Ella es más alta que el cielo y más grande que la tierra. No envejece jamás; su juventud es eterna” (Homilía de Capto Eutripio, 6; PG 52,402).

Ya desde ahora os encomiendo en la Eucaristía de cada día y pido al Espíritu Santo, que hará posible un vez más el milagro de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, me conceda luz y fuerza para saber gastarme con todo mi ser en el “martirio de la caridad episcopal”. Y que María, la Estrella de la Nueva Evangelización y Madre de los Pastores, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Peña de Francia, interceda por todos nosotros. Amén.

 + Cecilio Raúl Berzosa Martínez, Obispo de Ciudad Rodrigo



sábado, 9 de abril de 2011

Aquí no se hacen chismes


P. Raniero Cantalamessa

Tercera Predicación de Cuaresma
QUE LA CARIDAD SEA SIN FINGIMIENTO


1. Amarás al prójimo como a ti mismo
Se ha observado un hecho. El río Jordán, en su curso, forma dos mares: el mar de Galilea y el mar Muerto, pero mientras que el mar de Galilea es un mar bullente de vida, entre las aguas con más pesca de la tierra, el mar Muerto es precisamente un mar “muerto”, no hay traza de vida en él ni a su alrededor, sólo salinas. Y sin embargo se trata de la misma agua del Jordán. La explicación, al menos en parte, es esta: el mar de Galilea recibe las aguas del Jordán, pero no las retiene para sí, las hace volver a fluir de manera que puedan irrigar todo el valle del Jordán.
El mar Muerto recibe las aguas y las retiene para sí, no tiene desaguaderos, de él no sale una gota de agua. Es un símbolo. Para recibir amor de Dios, debemos darlo a los hermanos, y cuanto más lo damos, más lo recibimos. Sobre esto queremos reflexionar en esta meditación.
Tras haber reflexionado en las primeras dos meditaciones sobre el amor de Dios como don, ha llegado el momento de meditar también sobre el deber de amar, y en particular en el deber de amar al prójimo. El vínculo entre los dos amores se expresa de forma programática por la palabra de Dios: “Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. ” (1 Jn 4,11).
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” era un mandamiento antiguo, escrito en la ley de Moisés (Lv 19,18) y Jesús mismo lo cita como tal (Lc 10, 27). ¿Cómo entonces Jesús lo llama “su” mandamiento y el mandamiento “nuevo”? La respuesta es que con él han cambiado el objeto, el sujeto y el motivo del amor al prójimo.
Ha cambiado ante todo el objeto, es decir, el prójimo a quien amar. Este ya no es sólo el compatriota, o como mucho el huésped que vive con el pueblo, sino todo hombre, incluso el extranjero (¡el Samaritano!), incluso el enemigo. Es verdad que la segunda parte de la frase “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” no se encuentra literalmente en el Antiguo Testamento, pero resume su orientación general, expresada en la ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente” (Lv 24,20), sobre todo si se compara con lo que Jesús exige de los suyos:
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por sus perseguidores; así seréis hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” (Mt 5, 44-47).
Ha cambiado también el sujeto del amor al prójimo, es decir, el significado de la palabra prójimo. Este no es el otro; soy yo, no es el que está cercanosino el que se hace cercano. Con la parábola del buen samaritano Jesús demuestra que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo aparezca en mi camino, con muchas señales luminosas, con las sirenas desplegadas. El prójimo eres tu, es decir, el que tu puedes llegar a ser. El prójimo no existe de partida, sino que se tendrá un prójimo sólo el que se haga próximo a alguien.
Ha cambiado sobre todo el modelo o la medida del amor al prójimo. Hasta Jesús, el modelo era el amor de uno mismo: “como a ti mismo”. Se dijo que Dios no podía asegurar el amor al prójimo a un “perno” más seguro que este; no habría obtenido el mismo objetivo ni siquiera su hubiese dicho: “¡Amarás a tu prójimo como a tu Dios!”, porque sobre el amor a Dios – es decir, sobre qué es amar a Dios – el hombre todavía puede hacer trampa , pero sobre el amor a sí mismo no. El hombre sabe muy bien qué significa, en toda circunstancia, amarse a sí mismo; es un espejo que tiene siempre ante sí, no tiene escapatoria1.
Y sin embargo deja una escapatoria, y es por ello que Jesús lo sustituye por otro modelo y otra medida: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Jn 15,12). El hombre puede amarse a sí mismo de forma equivocada, es decir, desear el mal, no el bien, amar el vicio, no la virtud. Si un hombre semejante ama a los demás como a sí mismo, ¡pobrecita la persona que sea amada así! Sabemos en cambio a dónde nos lleva el amor de Jesús: a la verdad, al bien, al Padre. Quien le sigue “no camina en las tinieblas”. Él nos amó dando la vida por nosotros, cuando éramos pecadores, es decir, enemigos (Rm 5, 6 ss).
Se entiende de este modo qué quiere decir el evangelista Juan con su afirmación aparentemente contradictoria: “Queridos míos, no os doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendisteis desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. Sin embargo, el mandamiento que os doy es nuevo” (1 Jn 2, 7-8). El mandamiento del amor al prójimo es “antiguo” en la letra, pero “nuevo” por la novedad misma del evangelio. Nuevo – explica el Papa en un capítulo de su nuevo libro sobre Jesús – porque no es ya solo “ley”, sino también, e incluso antes, “gracia”. Se funda en la comunión con Cristo, hecha posible por el don del Espíritu.2
Con Jesús se pasa de la ley del contrapeso, o entre dos actores: “Lo que el otro te hace, házselo tu a él”, a la ley del traspaso, o a tres actores: “Lo que Dios te ha hecho a ti, hazlo tu al otro”, o, partiendo de la dirección opuesta: “Lo que tu hayas hecho al otro, es lo que Dios hará contigo”. Son incontables las palabras de Jesús y de los apóstoles que repiten este concepto: “Como Dios os ha perdonado, perdonaos unos a otros”: “Si no perdonáis de corazón a vuestros enemigos, tampoco vuestro padre os perdonará”. Se corta la excusa de raíz: “Pero él no me ama, me ofende...”. Esto le compete a él, no a ti. A ti te tiene que importar sólo lo que haces al otro y cómo te comportas frente a lo que el otro te hace a ti.
Queda pendiente la pregunta principal: ¿por qué este singular cambio de rumbo del amor de Dios al prójimo? ¿No sería más lógico esperarse: “Como yo os he amado, amadme así a mi”?, en lugar de: “Como yo os he amado, amaos así unos a otros”? Aquí está la diferencia entre el amor puramente de eros y el amor de eros y agape unidos. El amor puramente erótico es de circuito cerrado: “Ámame, Alfredo, ámame como yo te amo”: así canta Violeta en la Traviata de Verdi: yo te amo, tu me amas. El amor de agape es de circuito abierto: viene de Dios y vuelve a él, pero pasando por el prójimo. Jesús inauguró él mismo este nuevo tipo de amor: “Como el Padre me ha amado, así también os he amado yo” (Jn 15, 9).
Santa Catalina de Siena dio, del motivo de ello, la explicación más sencilla y convincente. Ella hace decir a Dios:
“Yo os pido que me améis con el mismo amor con que yo os amo. Esto no me lo podéis hacer a mi, porque yo os amé sin ser amado. Todo el amor que tenéis por mí es un amor de deuda, no de gracia, porque estáis obligados a hacerlo, mientras que yo os amo con un amor de gracia, no de deuda. Por ello, vosotros no podéis darme el amor que yo requiero. Por esto os he puesto al lado a vuestro prójimo: para que hagáis a este lo que no podéis hacerme a mi, es decir, amarlo sin consideraciones de mérito y sin esperaron utilidad alguna. Y yo considero que me hacéis a mi lo que le hacéis a él”3.
2. Amaos de verdadero corazón
Tras estas reflexiones generales sobre el mandamiento del amor al prójimo, ha llegado el momento de hablar de la cualidad que debe revestir este amor. Éstas son fundamentalmente dos: debe ser un amor sincero y un amor de los hechos, un amor del corazón y un amor, por así decirlo, de las manos. Esta vez nos detendremos en la primera cualidad, y lo hacemos dejándonos guiar por el gran cantor de la caridad que es Pablo.
La segunda parte de la Carta a los Romanos es toda una sucesión de recomendaciones sobre el amor mutuo dentro de la comunidad cristiana: “Que vuestra caridad sea sin fingimiento[...]; amaos unos a otros con afecto fraterno, competid en estimaros mutuamente...” (Rm 12, 9 ss). “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13, 8).
Para captar el espíritu que unifica todas estas recomendaciones, la idea de fondo, o mejor, el “sentimiento” que Pablo tiene de la caridad, debe partirse de esa palabra inicial: “Que la caridad sea sin fingimiento”. Esta no es una de las muchas exhortaciones, sino la matriz de la que deriva todas las demás. Contiene el secreto de la caridad. Intentemos captar, con la ayuda del Espíritu, este secreto.
El término original usado por san Pablo y que se traduce como “sin fingimiento”, esanhypòkritos, es decir, sin hipocresía. Este término es una especie de “chivato”; es, de hecho, un término raro que encontramos empleado, en el Nuevo Testamento, casi exclusivamente para definir el amor cristiano. La expresión “amor sincero” (anhypòkritos) vuelve ahora en 2 Corintios 6, 6 y en 1 Pedro 1, 22. Este último texto permite captar, con toda certeza, el significado del término en cuestión, porque lo explica con una perífrasis; el amor sincero – dice – consiste en amarse intensamente “de verdadero corazón”.
San Pablo, por tanto, con esa sencilla afirmación: “que la caridad sea sin fingimiento”, lleva el discurso a la raíz misma de la caridad, al corazón. Lo que se exige del amor es que sea verdadero, auténtico, no fingido. Como el vino, para ser “sincero”, debe ser exprimido de la uva, así el amor del corazón. También en ello el Apóstol es el eco fiel del pensamiento de Jesús; él, de hecho, había indicado, repetidamente y con fuerza, al corazón, como el “lugar” en el que se decide el valor de lo que el hombre hace, lo que es puro, o impuro, en la vida de una persona (Mt 15, 19).
Podemos hablar de una intuición paulina, respecto de la caridad; ésta consiste en revelar, tras el universo visible y exterior de la caridad, hecho de obras y de palabras, otro universo totalmente interior, que es, respecto al primero, lo que el alma es para el cuerpo. Volvemos a encontrar esta intuición en el otro gran texto sobre la caridad que es 1 Corintios 13. Lo que san Pablo dice allí, bien mirado, se refiere totalmente a esta caridad interior, a las disposiciones y a los sentimientos de caridad: la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no se irrita, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera... No hay nada que se refiera, directamente de por sí, a hacer el bien, u obras de caridad, sino que todo se reconduce a la raíz del querer bien. La benevolencia viene antes que la beneficencia.
Es el Apóstol mismo el que explicita la diferencia entre las dos esferas de la caridad, diciendo que el mayor acto de caridad exterior – el distribuir a los pobres todos los bienes – no serviría de nada sin la caridad interior (cf. 1 Cor 13, 3). Sería lo opuesto de la caridad “sincera”. La caridad hipócrita, de hecho, es precisamente la que hace el bien, sin querer bien, que muestra exteriormente algo que no tiene una correspondencia en el corazón. En este caso, se tiene una falta de caridad, que puede, incluso, esconder egoísmo, búsqueda de sí, instrumentalización del hermano, o incluso simple remordimiento de conciencia.
Sería un error fatal contraponer entre sí caridad del corazón y caridad de los hechos, o refugiarse en la caridad interior, para encontrar en ella una especie de coartada a la falta de caridad de los hechos. Por lo demás, decir que, sin la caridad, “de nada me aprovecha” siquiera el dar todo a los pobres, no significa decir que esto no le sirve a nadie y que es inútil; significa más bien decir que no me aprovecha “a mí”, mientras que puede aprovechar al pobre que la recibe. No se trata, por tanto, de atenuar la importancia de las obras de caridad (lo veremos, decía, la próxima vez), sino de asegurarles un fundamento seguro contra el egoísmo y sus infinitas astucias. San Pablo quiere que los cristianos estén “arraigados y fundados en la caridad” (Ef 3, 17), es decir, que el amor sea la raíz y el fundamento de todo.
Amar sinceramente significa amar a esta profundidad, allí donde no se puede mentir, porque estás solo ante ti mismo, solo ante el espejo de tu conciencia, bajo la mirada de Dios. “Ama a su hermano – escribe Agustín – el que, ante Dios, allí donde él solo ve, afirma su corazón y se pregunta íntimamente si verdaderamente actúa así por amor al hermano; y ese ojo que penetra en el corazón, allí adonde el hombre no puede llegar, le da testimonio”4. Era amor sincero por ello el de Pablo por los judíos si podía decir: “ Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza” (Rom 9,1-3).
Para ser genuina, la caridad cristiana debe, por tanto, partir desde el interior, desde el corazón; las obras de misericordia de las “entrañas de misericordia” (Col 3, 12). Con todo, debemos precisar en seguida que aquí se trata de algo mucho más radical que la simple “interiorización”, es decir, de un poner el acento de la práctica exterior de la caridad a la práctica interior. Este es solo el primer paso. ¡La interiorización apunta a la divinización! El cristiano – decía san Pedro – es aquel que ama “de verdadero corazón”: ¿pero con qué corazón? ¡Con “el corazón nuevo y el Espíritu nuevo” recibido en el bautismo!
Cuando un cristiano ama así, es Dios el que ama a través de él; él se convierte en un canal del amor de Dios. Sucede como con el consuelo, que no es otra cosa sino una modalidad del amor: “Dios nos consuela en cada una de nuestras tribulaciones para que podamos también nosotros consolar a quienes se encuentran en todo tipo de aflicción con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1, 4). Nosotros consolamos con el consuelo con el que somos consolados por Dios, amamos con el amor con el que somos amados por Dios. No con uno diverso. Esto explica el eco, aparentemente desproporcionado, que tiene a veces un sencillísimo acto de amor, a menudo escondido, la esperanza y la luz que crea alrededor.
3. La caridad edifica
Cuando se habla de la caridad en los escritos apostólicos, no se habla de ella nunca en abstracto, de modo genérico. El trasfondo es siempre la edificación de la comunidad cristiana. En otras palabras, el primer ámbito de ejercicio de la caridad debe ser la Iglesia, y más concretamente aún la comunidad en la que se vive, las personas con las que se mantienen relaciones cotidianas. Así debe suceder también hoy, en particular en el corazón de la Iglesia, entre aquellos que trabajan en estrecho contacto con el Sumo Pontífice.
Durante un cierto tiempo en la antigüedad se quiso designar con el término caridad, agape, no sólo la comida fraterna que los cristianos tomaban juntos, sino también a toda la Iglesia5. El mártir san Ignacio de Antioquía saluda a la Iglesia de Roma como la que “preside en la caridad (agape)”, es decir, en la “fraternidad cristiana”, el conjunto de todas las iglesias6. Esta frase no afirma sólo el hecho del primado, sino también su naturaleza, o el modo de ejercerlo: es decir, en la caridad.
La Iglesia tiene necesidad urgente de una llamarada de caridad que cure sus fracturas. En un discurso suyo, Pablo VI decía: “La Iglesia necesita sentir refluir por todas sus facultades humanas la ola del amor, de ese amor que se llama caridad, y que precisamente ha sido difundida en nuestros corazones precisamente por el Espíritu Santo que se nos ha dado” 7. Sólo el amor cura. Es el óleo del samaritano. Oleo también porque debe flotar por encima de todo, como hace precisamente el aceite respecto a los líquidos. “Que por encima de todo esté la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Por encima de todo, super omnia! Por tanto también de la fe y de la esperanza, de la disciplina, de la autoridad, aunque, evidentemente, la propia disciplina y autoridad puede ser una expresión de la caridad. No hay unidad sin la caridad y, si la hubiese, sería sólo una unidad de poco valor para Dios.
Un ámbito importante sobre el que trabajar es el de los juicios recíprocos. Pablo escribía a los Romanos: Entonces, ¿Con qué derecho juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? ... Dejemos entonces de juzgarnos mutuamente” (Rm 14, 10.13). Antes de él Jesús había dicho: “No juzguéis y no seréis juzgados [...] ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?” (Mt 7, 1-3). Compara el pecado del prójimo (el pecado juzgado), cualquiera que sea, con una pajita, frente al pecado de quien juzga (el pecado de juzgar) que es una viga. La viga es el hecho mismo de juzgar, tan grave es eso a los ojos de Dios.
El discurso sobre los juicios es ciertamente delicado y complejo y no se puede dejar a medias, sin que aparezca en seguida poco realista. ¿Cómo se puede, de hecho, vivir del todo sin juzgar? El juicio está dentro de nosotros incluso en una mirada. No podemos observar, escuchar, vivir, sin dar valoraciones, es decir, sin juzgar. Un padre, un superior, un confesor, un juez, quien tenga una responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. Es más, a veces, como es el caso de muchos aquí en la Curia, el juzgar es, precisamente, el tipo de servicio que uno está llamado a prestar a la sociedad o a la Iglesia.
De hecho, no es tanto el juicio el que se debe quitar de nuestro corazón, ¡sino más bien el veneno de nuestro juicio! Es decir, el hastío, la condena. En el relato de Lucas, el mandato de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” es seguido inmediatamente, como para explicitar el sentido de estas palabras, por el mandato: “No condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37). De por sí, el juzgar es una acción neutral, el juicio puede terminar tanto en condena como en absolución y justificación. Son los prejuicios negativos los que son recogidos y prohibidos por la palabra de Dios, los que junto con el pecado condenan también al pecador, los que miran más al castigo que a la corrección del hermano.
Otro punto cualificador de la caridad sincera es la estima: “competid en estimaros mutuamente” (Rm 12, 10). Para estimar al hermano, es necesario no estimarse uno mismo demasiado; es necesario – dice el Apóstol – “no hacerse una idea demasiado alta de sí mismos” (Rm 12, 3). Quien tiene una idea demasiado alta de sí mismo es como un hombre que, de noche, tiene ante los ojos una fuente de luz intensa: no consigue ver otra cosa más allá de ella; no consigue ver las luces de los hermanos, sus virtudes y sus valores.
“Minimizar” debe ser nuestro verbo preferido, en las relaciones con los demás: minimizar nuestras virtudes y los defectos de los demás. ¡No minimizar nuestros defectos y las virtudes de los demás, como en cambio hacemos a menudo, que es la cosa diametralmente opuesta! Hay una fábula de Esopo al respecto; en la reelaboración que hace de ella La Fontaine suena así:
“Cuando viene a este valle
cada uno lleva encima
una doble alforja.
Dentro de la parte de delante
de buen grado todos
echamos los defectos ajenos,
y en la de atrás, los propios”8.
Deberíamos sencillamente dar la vuelta a las cosas: poner nuestros defectos en la parte de delante y los defectos ajenos en la de detrás. Santiago advierte: “No habléis mal unos de otros” (St 4,11). El chisme ha cambiado de nombre, se llama comentario [gossip, n.d.t.] y parece haberse convertido en algo inocente, en cambio es una de las cosas que más contaminan el vivir juntos. No basta con no hablar mal de los demás; es necesario además impedir que otros lo hagan en nuestra presencia, hacerles entender, quizás silenciosamente, que no se está de acuerdo. ¡Qué aire distinto se respira en un ambiente de trabajo y en una comunidad cuando se toma en serio la advertencia de Santiago! En muchos locales públicos una vez se ponía: “Aquí no se fuma”, o también, “Aquí no se blasfema”. No estaría mal sustituirlas, en algunos casos, con el escrito: “¡Aquí no se hacen chismes!”
Terminemos escuchando como dirigida a nosotros la exhortación del Apóstol a la comunidad de Filipos, tan querida por él: “Os ruego que hagais perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tened un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagáis nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad os lleve a estimar a los otros como superiores a vosotros mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (Fil 2, 2-5).
1 Cf. S. Kierkegaard, Gli atti dell’amore, Milán, Rusconi, 1983, p. 163.
2 Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 76 s.
3 S. Catalina de Siena, Dialogo 64.
4 S. Agustín, Comentario a la primera carta de Juan, 6,2 (PL 35, 2020).
5 Lampe, A Patristic Greek Lexicon, Oxford 1961, p. 8
6 S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, saludo inicial.
7 Discurso en la audiencia general del 29 de noviembre de 1972 (Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, X, pp. 1210s.).
8 J. de La Fontaine, Fábulas, I, 7
[Traducción del italiano por Inma Álvarez]