A continuación reproduzco la felicitación navideña que hemos recibido de las Hermanas Iesu Communio.
Vosotros, queridos lectores, podéis leer el texto aquí mejor que nosotros en la tarjeta puesto que nuestra hija nos la ha hecho llegar subrayada y con anotaciones y reflexiones por todas partes. Yo os invito a dos cosas:
- Que imprimáis el texto y también subrayéis y hagáis anotaciones a medida que lo leéis y releéis en estos días. Da mucho de sí.
- Que hagáis como nosotros, que en la nochebuena lo leeremos después del evangelio del nacimiento, antes de colocar al niño en el Belén.
María tiene en sus brazos al Niño, nos lo está ofreciendo. Presenta el Misterio que el Espíritu de Dios ha obrado en sus entrañas: la encarnación del Hijo de Dios. En su seno, durante nueve meses, se ha hecho realidad el sueño inmemorial de Dios. Dios se ha hecho niño.
La Madre presenta el fruto de su vientre: el misterio de Dios en la carne de un niño; Dios hecho don absolutamente accesible, absolutamente amable, absolutamente tierno; Dios hecho don para todos.
Algo nuevo había empezado a ocurrir. En un niño, Dios aprendía a ser hombre, y el hombre aprendía a ser Dios. Y ese misterio del Niño Dios es un misterio llamado a prolongarse en nosotros. En la carne de Jesús aprendemos cuál es el designio de Dios sobre nuestra humanidad, sobre cada uno de nosotros. Hoy no recordamos simplemente un hecho histórico acaecido hace mucho tiempo; hoy queremos hacer una especialísima memoria de una realidad de la que el cristiano vive cada día; hoy nos centramos y contemplamos las entrañas del ser cristiano.
Por el don del Espíritu, Cristo no es solo Emmanuel, es decir Dios con nosotros, sino también Dios en nosotros. Por el don del Espíritu, Cristo viene continuamente a nosotros, nace continuamente en nosotros, porque el Espíritu nos configura con él, para que nosotros seamos también encarnación de Dios en este mundo, para que seamos presencia de Dios gracias a nuestra frágil carne que el Espíritu Santo configura a Cristo.
No solo queremos evocar un hecho histórico, sino que deseamos confesar con nuestra vida el don de Dios ofrecido a todos: nuestra carne está llamada a ofrecer a Cristo, a ser presencia suya en la noche gélida de los pastores o en la búsqueda inquieta de los magos de Oriente. No solo nuestras palabras, sino nuestra manera de hablar, nuestra forma de reír, nuestras relaciones, nuestra jovialidad, nuestra agudeza, nuestra simpatía, nuestro carácter, nuestro ser y nuestro obrar, si responden al don del Espíritu, han de ser presencia del amor de Cristo encarnado en nuestra humanidad y ofrecido a todos.
Belén es la inaudita locura de Dios, que quiere ver como ven los hombres, oír como oyen los hombres, sentir como sienten los hombres, hablar como hablan los hombres,... para que un día los hombres vean como ve Dios, oigan como oye Dios, sientan como siente Dios, hablen como habla Dios.
Belén es un clamor. Dios quiere hacernos ver cómo lo más grandioso sucede en lo pequeño, en lo sencillo, en lo desapercibido para el fasto y el boato mundanos, incluso en lo despreciable y desechable para tantos y tantos. Belén nos reclama convertir nuestra manera de mirar y considerar la realidad, convertir nuestra forma de atender a las personas y a los acontecimientos, convertir nuestros criterios para valorar lo que nos rodea, convertir nuestra actitud ante cada una de las acciones que hemos de afrontar: en todas ellas quiere nacer Jesús, hacerse presencia para todos. No hay nada en nuestra vida que no esté llamado a ser Navidad, porque todo nuestro tiempo está llamado a ser sagrado.
¡Ser Navidad! ¡Se necesita tan poco para serlo! ¡Un pesebre y unas pajas acogieron la gloria de Dios hecho Niño! Pero el Esperado vino de forma insólita. ¡Y el Esperado viene tantas veces en formas tan desconcertantes! Hay veces en que el desconcierto nos vence, hasta no ver el Don que tanto deseamos. "Señor, ¿cuándo fue eso?", diremos. "Cuando lo hicisteis, o no, con uno de estos", nos dirá el Niño de Belén. Dejamos de acunarlo en la fragilidad del hermano que nos escandaliza, en la tristeza del hermano que nos abruma, en la alegría del hermano que nos molesta, en la caída del hermano que nos genera juicio, en el éxito del hermano que nos entristece, en el fracaso del hermano que no lo hacemos nuestro, en el carácter del hermano que nos irrita, en la dejadez del hermano que nos desasosiega, en las carencias del hermano que nos abochornan,... ¡Ay, si todo lo acunásemos en el amor...! Quizás los hermanos encontrarían la medicina para su fragilidad, la alegría para su tristeza, la fortaleza para levantarse de su caída, el estímulo para equilibrar su carácter, el ardor para salir de la dejadez, la riqueza para colmar sus carencias; quizás sus alegrías serían nuestras alegrías, y sus éxitos serían los nuestros. ¡Hay tantas ocasiones en que nuestro amor no acuna a Jesús que viene en el hermano! Y cuando eso sucede, dejamos de ser carne de Iglesia.
En Belén, María nos ofrece a su Hijo, cuyo Espíritu nos capacita para que nuestra carne, configurada a Cristo, haga presente su bien, su belleza y su verdad en medio del mundo, pero solo será así si sabemos acogerlo y acunarlo en el hermano que, a nuestro lado, con sus carencias, es asimismo presencia de Cristo indigente.
Misterio de Navidad: Dios encomendado a las manos de los hombres, Dios confiado en las manos de los hombres.
¡Os deseamos una santa y, por tanto, una feliz Navidad!
Estáis bien?? Hace mucho que no sabemos de ti.
ResponderEliminarLes agradezco mucho esta publicación, me hizo mucho bien leerla. Feliz Navidad!
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